El desierto amable

Baduwa
llevaba demasiadas horas arrastrándose por el desierto. Un oleaje de reflejos
solares sacudía los páramos e inclinaba algo más las encinas salpicadas, y en su mente se
dibujaban imágenes de manantiales, lluvia y un océano que nunca antes había visitado.
La boca, de cartón, era asaltada por los suspiros de arena, mientras el cuerpo se adhería al suelo como una lagartija indefensa. Veía algo al
fondo, parecía un pueblo de tejados hechos con pieles de animales; también una
franja azulada tras suya. Se detuvo en mitad del desierto y se colocó en
posición fetal, apenada, intentando llorar. Sin embargo, en el cuerpo más seco
del mundo no quedaban ni lágrimas que pudieran saciarla. El cielo comenzó a teñirse de nubes grises
que tomaron el relevo de aquellas blancas que migraban a lugares menos infames.
En algún momento echó la vista atrás y vio los dos cuerpos tostados, inertes en
la lejanía. ¿Tendría sentido seguir avanzando? ¿Debería entregarse allí, junto
a los suyos? La imagen del pueblo parecía latir en la lejanía, a unos kilómetros que dudó
en recorrer mientras su saliva se convertía en mantequilla. Intentó avanzar
algo más, bajo una naturaleza que jugaba con sus insignificantes huéspedes.
¿Qué haría al llegar al pueblo, tras saciarse de agua y llorar en la oscuridad
de una habitación? “No lo sé, no sé. . ." susurraba en voz baja. “Te esperaré
cielo gris, pero ven pronto". Continuó arrastrándose, cada vez más cerca del
pueblo, cuyo espejismo comenzaba a distorsionarse hasta convertirse en manchas
marrones arrancadas por el viento. La locura era un pueblo, y el cielo se hacía
esperar. Derrotada, volvió a tumbarse en el suelo, lanzando una mirada allá atrás donde parte de su vida era pasto de
las moscas. Miró al cielo con la boca abierta, esperando el estruendo. El cielo
estremeció el desierto y sus ojos comenzaron a cerrarse. De repente sintió una
gota en los labios, un torrente acariciando su lengua, el cuerpo dolorido al
estremecerse por la entrada del agua. Su cuerpo era un barrizal, y la memoria
una bola de cristal que explotaba en mil pedazos. Volvió a mirar hacia atrás,
después al horizonte, y no vio nada. Ni a su familia, ni el pueblo, sólo el
desierto mojado tras muchos años. Y decidió quedarse allí, haciendo el amor con la lluvia entre dos caminos, en medio de un desierto
que convertía la ilusión en el más necesario de los derechos.
May 26th, 2017