Alberto Piernas

Trinidad, o vivir entre colores



En el sur de Cuba hay una mujer de más de quinientos años llamada Trinidad a la que, al igual que sus otras hermanas latinoamericanas como Cartagena de Indias o Granada, le encanta vestirse de colores, muchos colores.

Trinidad nació en el año 1514 por obra del conquistador Diego Velázquez de Cuéllar, quien fundó este tercer asentamiento tras Bayamo y Baracoa como simple punto estratégico para continuar sus expediciones hasta México. Por ese motivo, la larga infancia de la pequeña Trinidad fue dura y triste: casas que se caían, piratas que saqueaban sus calles y una economía precaria que apenas podía sustentarse.


Tuvieron que pasar casi trescientos años para que alguien la reconociera como capital del Estado Central y miles de franceses huidos de Haití encontraran en ella a la perfecta madre en la que refugiarse. Pero es que además Trinidad guardaba un as en la manga: producía cientos y cientos de kilos de azúcar, y claro, Cuba encontró en su hija olvidada uno de los negocios más lucrativos de su historia.

De esta forma Trinidad dejó de ser un pueblo de pescadores pobres para convertirse en una mujer adulta, de calles empedradas y elegantes surcadas por carruajes de caballos y maquillaje en forma de colores pastel volcados en las fachadas de sus casas. Y así, a base de color, piedras, azúcar y mobiliarios franceses Trinidad se convirtió en la mujer, ¿o era ciudad? más bella de toda Cuba.

Tras años de mucha actividad, personas recorriendo sus secretos y demasiada azúcar vertida, Trinidad se cansó, necesitaba un respiro. Por ese motivo un buen día dejó de fabricar azúcar y se echó una siesta que se le fue le fue de las manos. La versión caribeña de la bella durmiente sería despertada más de un siglo después por una cosa llamada turismo que la encontró tal cual estaba, pastel y antigua, elegante y cercana.



Desde entonces Trinidad se ha convertido en uno de los lugares más visitados de Cuba, en uno de los patrimonios de la Unesco desde 1988 y en una ciudad que, de cuando en cuando, vuelve a aplicarse sus 75 colores para mantenerse intacta y joven.

Trinidad es hoy día una mujer que se sienta en una mecedora y fuma un puro mientras sus colores relucen en mitad del trópico, que a veces va a bañarse a una playa cercana llamada Ancón y otras se sube al mirador de la iglesia amarilla de la Santísima Trinidad para contemplar orgullosa el legado de una historia que, con suerte, se mantendrá siempre joven y colorido.

Eterno.